jueves, 20 de junio de 2013

Un cuento de intriga

Es esa sensación de no saber muy bien qué hacer cuando te encuentras sentado en aquel escritorio viejo que tiene más de diez años en el mismo lugar. Desde pequeño me inculcaron que era el hábitat del aprovechar el tiempo, donde fluyen las ideas y generas conocimiento, pero la rutina ha agobiado todo ese sentir que de niño uno era más propenso.

Me acompaña un lapicero, mi cartuchera realmente antigua y mi portátil apagada. Miro las hojas de la separata de una tal lectura artística que me interesa tanto como si no hubiera nada. Al parecer estoy leyendo, pero en definitiva estoy pensando en otra cosa. Es en este tipo de circunstancias que la mente vuela porque no sabe muy bien en qué pensar; y ni el tiempo ni el espacio nos da mayores motivos de un algo.

Ahora ya soy mayor y tengo otras responsabilidades, pero ninguna de ellas me alienta como para sentirme con ánimos de salir y cambiar el mundo. Tampoco es que quisiera, porque más que salvar el mundo tan solo tengo que leer esa bendita lectura. Y es en este preciso momento en que la nada se manifiesta con las manecillas retumbantes del reloj de mesa.

Debo decir que no detesto lo que hago, pero estoy en una etapa en la que debo de soportar los días más que vivirlos. La letra de la lectura es pequeña y las ganas que tengo de leerla es aún mucho más. Pasa un segundo y subo la mirada, llego a ver mis entradas de conciertos pasados y las manecillas de aquel reloj de mesa, que ya no solo retumban en su espacio, sino también en mi cabeza, como en la noche, muy de noche, cuando me hecho a dormir y el sonido de esas manecillas cobra mayor existencia.

Entonces llega el preludio de un tiempo y espacio muerto; como cuando uno se queda mirando a la nada, pensando en nada, sintiendo nada. Tranquilamente uno podría estar en esta situación sin darse cuenta y necesita una fuerte interrupción para poder superarlo. Pero nada lo interrumpe ahora.

Capaz habrá pasado un lapso de tiempo que tan solo dios sabrá, pero siento un cosquilleo en las piernas, estoy tan ido que no le tomo mayor importancia, pero por lo menos aquel cosquilleo logró que zafara un poco de ese tiempo muerto. Al instante, vuelvo a las hojas blancas de letras pequeñas con las que comencé. De manera inerte veo mi lapicero, mi cartuchera realmente antigua y mi portátil apagada una vez más. Se me hace incalculable el tiempo que he estado así y que estaré así.

De pronto se me vienen a la mente todas las demás actividades que tendré que realizar en el resto del día. Aún es temprano, pienso que tengo tiempo que debe ser aprovechado, pero queda claro que no hay motivación alguna ni fuerza de voluntad presente para avanzar. Como lo dije, debo de soportar estos días que se vienen, serán días grises.

Pues bien, pienso que tengo que moverme sino simplemente muero, de algún modo me reconforto y tomo el lapicero, ahora sí me decido a utilizarlo para subrayar las ideas más importantes de la bendita lectura, pero hay un motivo por el cual no puedo empezar aún, y no es por un segundo cosquilleo que siento en mis piernas, sino que tengo sed. Una necesidad algo irónica en este momento, pues se puede tener sed de gloria, sed de triunfo o sed de éxito; sin embargo, yo solo tengo sed fisiológica, y por esos paradigmas que tiene la vida tengo el vaso de vidrio y la pequeña jarra repleta de agua en mi mesa de noche; la cual, con solo estirar el brazo, ya puede ser alcanzada.

Al parecer, todo culminaría tranquilamente con refrescar el paladar para poder empezar a leer, pero aquel cosquilleo me llama ahora más la atención, proviene del bolsillo izquierdo de mi pantalón, de modo que al instante me queda claro que no es algún músculo nervioso moviéndose, sino algo cercano a él lo que provoca el movimiento, se trata de mi muy viejo pero querido celular.

En definitiva existen decenas de personas que me podían llamar en cualquier momento del día. Con exactamente 11 de la mañana de un día domingo, gris y afectado por las consecuencias de la lluvia, la pantalla de mi muy viejo pero querido celular me informa que tengo dos llamadas perdidas; al segundo entra una llamada de un número que no ubica, entonces aprieto ese bendito botón verde por inercia. - Hola Cómo estás? Disculpa que te llame así de repente, ehhh... pero quería decirte algo...- Era su voz, la voz de ella.